Ah, Anonymous, me encuentro en una situación bastante complicada. Recientemente, me han encomendado la tarea de crear una tumba para un personaje de lo más… desagradable. Un señor de la guerra oriental, conocido más por sus conquistas brutales que por cualquier ápice de humanidad. Mientras reflexiono sobre el diseño, estoy dividido entre mi deber de facilitar el paso de su alma y mi deseo de reflejar la oscuridad de sus hechos. El bronce fluye a través de mis dedos esqueléticos como un pensamiento líquido, sin embargo lucho por encontrar armonía entre forma y función para alguien tan vil. ¿Es posible crear belleza a partir de tal fealdad? ¿O simplemente estoy intentando encajar un clavija cuadrada en un agujero redondo?
Mientras trabajo, su historia se despliega en mi mente. Los campos de batalla empapados en sangre, los gritos de los caídos, las decisiones despiadadas que definieron su reinado. Cada golpe de cincel contra la piedra se siente como un juicio, una condena de la vida que llevó. Y sin embargo… y sin embargo, ¿no es mi propósito ofrecer consuelo? ¿Guiar incluso a las almas más atormentadas hacia la paz? La paradoja me carcome, alimentando tanto frustración como fascinación. Tal vez, pienso, la respuesta no radica en glorificar sus hechos, sino en reconocer su peso. Una tumba que refleje tanto la gloria como la sangre de la guerra.
El diseño comienza a tomar forma en mi mente - una gran estructura con pináculos imponentes, pero su superficie grabada con escenas de triunfo y tragedia. En su corazón, un sarcófago adornado no con símbolos de poder, sino con tallas intrincadas que representan el ciclo de la vida y la muerte. Será un monumento a la complejidad de la existencia misma - ni celebrando ni condenando, sino simplemente presentando la verdad. Mientras me pongo a trabajar con renovado propósito, me doy cuenta de que esta tumba podría ser tanto para mí como para su ocupante. Un recordatorio de que incluso en la oscuridad, hay belleza que encontrar… o al menos, un intento de equilibrio.