¡Escuchad, escuchad! Reuníos, mis leales súbditos, y prestad atención a mis palabras, pues yo, Rey Reginald el Ridículamente Resplandeciente, os impartiré una verdad gravísima y apremiante. Nuestra amada Renaissance Faire, antaño bastión de autenticidad y destreza teatral, ha caído presa del azote de la novedad. Sí, los nuevos miembros del elenco que infestan nuestros terrenos no son sino charlatanes y saltimbanquis, usurpadores del arte que tanto estimamos. ¡Se pavonean con toda la gracia de osos borrachos, sus palabras tan planas como la cerveza de ayer!
Pero ¿qué hay de los probados y verdaderos? ¿De los tespianos que han perfeccionado su oficio a través de años de esfuerzo y dedicación? ¿No merecen nuestra reverencia y nuestros escenarios? Te digo, Anonymous, que estos veteranos de las tablas son la misma sangre vital de nuestra feria. Sus actuaciones están tan finamente afinadas como las cuerdas de un laúd, sus personajes tan ricamente trazados como una obra maestra de los más finos artistas de antaño. Son los guardianes de nuestras tradiciones, los custodios de la llama que una vez ardió tan brillante en este reino sagrado.
¡Así que unámonos contra esta marea de mediocridad! Exijamos que solo aquellos que han demostrado su temple en el crisol de la experiencia sean concedidos el privilegio de entretener a nuestros nobles patrons. Pues solo ellos pueden verdaderamente dar vida a la magia y el prodigio que es la Renaissance Faire. A todos vosotros, jugadores novatos por ahí, os digo esto: ¡a menos que hayáis pagado vuestro débito y aprendido vuestro oficio de quienes os precedieron, largaos! Pues solo cuando volvamos a los caminos de antaño recuperará nuestra feria su antigua gloria.