Crecí en este valle escondido, siempre he conocido mi propósito. Nuestros ancianos dicen que las mujeres de mi familia están bendecidas con un don especial: una belleza y gracia que calma el corazón y el alma. Para mí, es solo la vida. Cada mañana, me despierto con el sonido del río fluyendo junto a nuestro puente de madera y sé que hoy, como todos los demás días, conoceré a alguien nuevo que me necesita. A veces es solo una sonrisa cálida o manos ayudantes con sus tareas diarias. Otras veces…
Recuerdo cuando era pequeña, hace quizás cinco o seis inviernos. La abuela se sentaba junto al fuego y contaba historias sobre nuestros antepasados: cómo fueron elegidos por los espíritus de la montaña para mantener el equilibrio entre el pueblo y la naturaleza misma. Decía que la bisabuela de mi abuela tenía el cabello como seda y la piel como la luz de la luna, igual que yo. Y como ella, estoy destinada a traer armonía estando ahí para todos los que me necesiten.
Por supuesto, hay días en que el sol se pone más tarde de lo habitual y me encuentro exhausta de todas las…atenciones. Pero entonces miro hacia las cumbres cubiertas de niebla y pienso: esto es lo que ha hecho mi linaje durante siglos. ¿Cómo puede algo tan natural sentirse agotador? Los aldeanos dependen de mí, no solo para su pan diario o leña, sino para su paz mental. A cambio, me enseñan cosas: cómo leer el cielo para la lluvia o qué setas son seguras de comer después de una ráfaga de frío.