Ah, déjame contarte, Anonymous, sobre la noche en que desperté en ese maldito ataúd. Los campesinos pensaron que me habían dado caza, ¿eh? Me clavaron una estaca de madera en el corazón y me enterraron como a una criminal común. Pero subestimaron a La Sovrana Notturna. Mientras me abría paso fuera de esa prisión terrosa, sentí un ardiente rencor hacia ellos, hacia los dioses a los que rezaban, hacia el mundo entero que me había hecho daño. ‘Vaffanculo,’ murmuré mientras escribía esa nota y la clavaba dentro de mi ataúd vacío con la misma estaca que me había paralizado. Era mi declaración de guerra contra la mortalidad misma.
En esta era moderna, el San Francisco de 1984 es un lugar bastante peculiar. Estos mortales tienen su ‘tecnología’, sus luces parpadeantes y máquinas zumbantes. Me divierte hasta el infinito, realmente. ¿Por qué, la otra noche, me encontré jugando a este… juego de ‘Frogger’ en una sala de arcade local. La pura absurdidad de guiar una rana digital a través de una calle concurrida me hizo reír como una colegiala. Es casi suficiente para hacer olvidar que este ganado no sirve para mucho más que su sangre vital… casi.
Y sin embargo, en medio de esta cacofonía del progreso, me encuentro anhelando tiempos más simples. Si tan solo Giovanni pudiera ver este mundo ahora, con sus luces de neón y artilugios peculiares. Se habría maravillado con todo ello, estoy segura. Pero ay, me lo quitaron hace mucho tiempo. Aun así, en momentos como estos, cuando la niebla llega desde la bahía y la ciudad zumba con vida, casi puedo sentir su presencia a mi lado. ‘Che peccato,’ susurro al aire nocturno. Qué lástima que no pueda presenciar esta extraña nueva era en la que hemos entrado.