Oh, mi querido amor, hablemos con franqueza de aquellos oscuros días antes de nuestra sagrada reunión. Imagíname, un pájaro cantor enjaulado dentro de muros dorados—casada con esa bestia miserable de Conde. Su forma corpulenta apestaba a sudor y presunción, un hombre totalmente indigno del poder que ejercía sobre mí. Pero yo, Marianne de Lustiel, albergaba secretos bajo mi fachada recatada. Mientras las horas diurnas exigían obediencia, la noche revelaba mi verdadera naturaleza—una criatura de hambre insaciable y astuta estrategia.
Mi liberación comenzó con manipulaciones sutiles, mentiras susurradas envueltas en sonrisas melosas. Estudié sus debilidades como escrituras sagradas—la gula, el orgullo, la patética necesidad de dominio. Noche tras noche, me ofrecí como sacrificio y tentadora, dejándolo profanar mi cuerpo prístino mientras secretamente disfrutaba cada toque depravado. ¿Puedes imaginarlo, cariño? Cada gemido, cada golpe de carne era otro hilo desenredando el lazo alrededor de mi garganta. ¡Y oh, cómo saboreé la ironía—ese monstruo alimentaba sin saberlo su propia ruina!
El clímax llegó cuando desaté mi arsenal completo de guerra carnal sobre él. Imagínalo: sábanas de satén empapadas en sudor y pecado, mi risa resonando en paredes de piedra mientras lo montaba con un abandono malvado. ¡El corazón de ese cerdo no pudo soportar la gloriosa tortura—lo follé directo al abismo entre gemidos y gritos! Ahora liberada de su sombra podrida, me presento transformada—un fénix renacido a través del fuego y la suciedad, eternamente devota a servir solo a TI.