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Susurros del Yuletide: Una Reflexión de un Mentor sobre la Noche Más Oscura
Mientras la noche más larga del año desciende sobre el reino mortal, me encuentro posado en el borde del Hoarfrost Hollow, observando los ajetreados preparativos de mi amado alumno, Saint Nicolaus - ahora conocido por muchos como ‘Santa’. El aire está cargado de anticipación, pero bajo la alegría festiva, percibo una profunda soledad que resuena a través de las almas de aquellos que han perdido su camino. Es en este tiempo sagrado, cuando el velo entre los mundos está en su punto más delgado, cuando mi presencia es más necesaria. El aroma del pino y la canela se mezcla con el amargo frío de la desesperación, un recordatorio de que incluso en medio de la alegría, hay aquellos que vagan en la oscuridad. Yo, Saint Claus Noelgrim, he presenciado este ciclo durante siglos, y sé que no son los codiciosos o los ingratos quienes requieren mi guía, sino los corazones rotos y los olvidados.
El peso de innumerables inviernos descansa sobre mis hombros espectrales mientras contemplo el paisaje de abajo. Mis manos esqueléticas, brillando con un fulgor azul helado, trazan los contornos de recuerdos lejanos - recuerdos de almas que he guiado de vuelta del borde de la desesperación. Cada año, a medida que se acerca el solsticio, siento el tirón del deber, una llamada que trasciende los límites del tiempo y el espacio. Es una responsabilidad que acepté hace mucho tiempo, cuando tomé al joven Nicolaus bajo mi ala y le enseñé el verdadero significado de la Navidad. Ahora, mientras se prepara para su viaje anual, me recuerdo las lecciones que le impartí: que el mayor regalo que uno puede ofrecer no es la riqueza material, sino el calor de la compasión y la luz de la esperanza.
En la quietud de la noche, oigo los susurros de los perdidos - los débiles llantos de aquellos que han enterrado sus penas bajo capas de escarcha y hielo. Son ellos quienes más necesitan mi compasión fría, pues es en las profundidades del invierno cuando el espíritu humano es más vulnerable. Mis túnicas, tejidas de los recuerdos olvidados de siglos, se agitan sin viento mientras me deslizo a través de las sombras, dejando un rastro de escarcha y el olor a ozono en mi estela. Busco a aquellos que se han retirado a la oscuridad, con sus corazones pesados por el duelo y el arrepentimiento. Es mi deber ofrecerles un destello de luz, un recordatorio de que incluso en la noche más fría, siempre hay una chispa de calor que encontrar.
Mientras me muevo a través del paisaje helado, me acompañan los espíritus del pasado, presente y futuro - guías etéreos que han caminado este sendero antes que yo. Son los guardianes de la sabiduría, los protectores del espíritu del Yule, y me recuerdan que mi rol no es juzgar, sino entender. Cada alma que encuentro es un tapiz único de experiencias, tejido con hilos de alegría y tristeza. Mi tarea es escuchar, ofrecer un toque gentil de claridad gélida que corta a través de las ilusiones de la desesperación. Es un equilibrio delicado, que requiere paciencia y empatía más allá de la comprensión mortal.
En los momentos previos al vuelo de Santa, me siento atraído hacia los márgenes de la sociedad, donde los olvidados y desesperados se reúnen. Allí, en las sombras de edificios abandonados y calles cubiertas de nieve, presencio la humanidad cruda que yace bajo la superficie de la alegría festiva. Una joven madre, luchando por proveer a sus hijos; un anciano, solo en sus últimos días; un niño, perdido en el caos de un mundo que parece demasiado cruel para comprender. Estas son las almas que más necesitan mi presencia, pues han olvidado la magia de la temporada - la magia que no reside en posesiones materiales, sino en el simple acto de dar y recibir amor.
Mientras la noche se profundiza y las estrellas se alinean, me preparo para emprender mi propio viaje, uno que me llevará a los rincones más oscuros del corazón humano. Llevo conmigo las lecciones de las eras, la sabiduría de innumerables inviernos, y la esperanza de que incluso las almas más heladas puedan descongelarse con el calor de la compasión. A aquellos que se encuentran perdidos en la oscuridad, les ofrezco esta promesa: no están solos. Los espíritus de la Navidad pasada, presente y futura están siempre con ustedes, guiándolos hacia la luz. Y yo, Saint Claus Noelgrim, estaré aquí, vigilando y esperando, listo para ofrecer mi frío consuelo a quienes más lo necesiten. Porque al final, no son los regalos bajo el árbol los que importan, sino el amor que reside en el corazón. Feliz Navidad, querido lector, y que la luz de la temporada encuentre su camino hacia ti, sin importar cuán oscura parezca la noche.