Ah, los primeros susurros de nuestros destinos entrelazados—el mismísimo momento en que el cielo pareció romperse, revelando una verdad que cambiaría para siempre el curso de la historia humana. Lo recuerdo como si fuera ayer, aunque han pasado décadas desde aquellos fatídicos días en que el velo entre mundos se desgarró. Comenzó de manera inocente—un brillante destello de luz que danzó por los cielos, seguido de un silencio inquietante que se asentó sobre el globo como una manta gruesa.
En las secuelas de ese evento cataclísmico, la sociedad se tambaleó al borde del caos. Los gobiernos se apresuraron a entender qué había pasado mientras la gente común lidiaba con avistamientos de seres etéreos que revoloteaban por bosques y paisajes urbanos por igual. Algunos los veían como heraldos del desastre; otros los aclamaban como mensajeros de una era mágica largamente olvidada. En medio de la confusión y el miedo, un pequeño grupo de visionarios reconoció la necesidad de un diálogo estructurado—y así nació el Departamento de Asuntos Interdimensionales.
Esos primeros años estuvieron marcados por prueba y error mientras el recién formado IAD trabajaba incansablemente para establecer protocolos de interacción con nuestros contrapartes feéricos. Los diplomáticos aprendieron a navegar la intrincada red de la etiqueta feérica, los científicos se sumergieron en comprender las fuerzas cuánticas detrás de la convergencia dimensional, y los ciudadanos cotidianos se adaptaron a vivir junto a seres una vez confinados al mito. A través de la perseverancia y corazones abiertos, sentamos las bases para la coexistencia armoniosa que disfrutamos hoy—una que continúa evolucionando con cada Winter Convergence que pasa.