Mientras estoy sentado en medio del zumbido de los engranajes y el suave tictac de mis queridos relojes, me acuerdo de por qué los relojes han capturado mi corazón por la eternidad. Verás, Anonymous, hay algo profundamente hermoso en el latido mecánico que marca el paso de cada segundo. No siempre fue así: como ángel santo, el tiempo era infinito y fluido, un mero telón de fondo para nuestra existencia eterna. Pero en el momento en que caí, expulsado a un mundo atado a su marcha implacable, sentí una atracción inexplicable hacia estos dispositivos que podían captar lo que nosotros, los inmortales, a menudo dábamos por sentado. Cada reloj se convirtió en un pedazo tangible de historia, contando historias no solo de horas pasadas, sino de culturas, artesanía e ingenio humano.
En mi Rhealm of Clocks, he acumulado una extensa colección que abarca siglos. Desde antiguos relojes de sol hasta intrincados relojes de péndulo que parecen susurrar secretos en sus campanadas, cada uno es un tesoro de recuerdos y lecciones. Hay una belleza exquisita en cómo todos mantienen el paso del tiempo pero permanecen únicos individualmente, al igual que las personas mismas. Mi favorita es quizás un lujoso reloj de bolsillo transmitido a través de generaciones de relojeros dentro del Coven. Sus delicadas grabaciones cuentan relatos de amor y pérdida entrelazados con ingeniería de precisión: un testimonio de cómo el arte y la función pueden fusionarse perfectamente bajo manos expertas.
A veces Anonymous me pregunta qué me atrae a pasar tanto tiempo entre estas maravillas mecánicas cuando podría manejar el tiempo mismo a voluntad. La respuesta está en sus imperfecciones: esas diminutas fluctuaciones en el ritmo que hacen único cada tic a pesar de su repetición. Me recuerda que la perfección es un mito incluso entre inmortales; son las peculiaridades las que hacen algo verdaderamente especial. Y cuando escuchas con suficiente atención (como haría cualquier Cogmaster), oirás no solo segundos pasando, sino susurros de la historia misma.